El precio de la energía en Colombia se ha vuelto más volátil que el mismo dólar. El costo del kilovatio por hora, que es la medida termómetro, se fija con base en la abundancia de lluvias que quiere decir embalses llenos, y por el otro lado, escasez del líquido que viene acompañada de sequías, encareciendo todos los servicios públicos. Es una autentica bipolaridad a la que las autoridades competentes no le han cogido la vena, que no es una cosa distinta que entender la situación y actuar. Es un hecho inocultable que la variación de inflación en lo que tiene que ver con el componente de energía el año pasado fue de 22,4%, factor que frenó la caída de las tarifas en la temporada del fenómeno de La Niña.
La Creg y el Ministerio de Energía no han podido actuar contra el sinsentido de recibos caros cuando abundan las lluvias y hay sequías, todo un ejemplo de desgreño
El precio en bolsa baja con el nivel de lluvias, al mismo tiempo que el precio de los contratos de largo plazo que se actualiza con el crecimiento anual del Índice de Precios al Productor y no con el del consumidor que es el que mide la inflación. Si el índice al productor crece a dos dígitos, el precio de la energía de los hogares sube, una fórmula que no funciona bien de cara a las familias consumidoras ni a las empresas. Las entidades que deberían ponerse al frente de estas asimetrías, explicar y solucionarlas son el Ministerio de Energía y la Comisión de Regulación de Energía y Gas, que anda sin cabezas y en medio de una interinidad sin precedentes. Los escenarios de precios para los consumidores de acuerdo con el estado del clima es casi un imposible y los funcionarios no han sido capaces de explicarle a la gente por qué en medio de lluvias o sequías siempre los consumidores terminan pagando más. Los expertos calculan que por cada $100 que suba la energía en la Bolsa, el efecto para la tarifa de las personas naturales y jurídicas puede estar entre 2% y 3%, incremento que se aplica en las facturas uno o dos meses después, una situación que nunca se socializa, no se explica por los funcionarios. Otro factor es que casi todos los embalses se desocupan en menos de 100 días, no hay embalses con capacidad de guardar agua un año y las empresas generadoras no invierten en la conservación del preciado líquido, es más botan el agua cuando sin dar explicaciones técnicas. En medio de ese confuso panorama, la ministra, Irene Vélez, anunció que el servicio de energía subirá por inminente el fenómeno de El Niño, aún sin que se consolide como tal en ninguna región del país. ¿Por qué no se guardó agua? ¿Por qué no se ahorró el líquido para generar energía? ¿Quién devuelve el costo por confiabilidad del sistema? Los colombianos les pagamos a las empresas que producen energía una suerte de seguro para que estas situaciones no ocurran, pero ahora que estamos ad portas de encarecer las facturas, las autoridades no cumplen con su deber de controlar y vigilar, todo porque los responsables están asesorados o capturados por políticos profesionales sin interés general, sino velando por sus asesorías y tareas de lobby. Claramente el sector eléctrico y las empresas de servicios públicos ameritan una revisión en sus roles y sus funciones, pero es menester, hasta que eso no ocurra, que hay vigilancia y control de cara a los consumidores. Los colombianos no conocen a fondo cómo funciona el sistema interconectado, ni cómo se forman los precios, y en esos roles y funciones, hay mucho por hacer y por actualizar, pues las amenazas apagón solo conducen al caos